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viernes, 11 de septiembre de 2009

REALIDAD Y MITO: CULTO ATÁVICO A NOCTILUCA EN LAS CUEVAS DE LOS CANTALES


No dejan de ser noticias las cuevas del Cantal. Y lo son porque su interés prehistórico y antropológico no decae desde que fueron descubiertas decenios de años atrás. Llaman la atención cada día y su mundo de sombras y misterios sin desvelar no deja de encandilar a estudiosos y a cuantos rondan en sus inmediaciones o pisa su interior.
Pasearon sus reales por las costas malagueñas, allá por la noche oscura de los tiempos, en la edad balbuciente de la Humanidad pensante. Parientes próximos al Cromañón o al Neandhertal, vaya usted a saber, simios antropomorfos en cualquier caso, se asentaron en la proximidad de lo que hoy son las esplendentes playas de Rincón de la Victoria. Se ha discutido durante años si aquellos antepasados nuestros eran antropófagos, o sea, aficionados a las carnosidades protuberantes de sus semejantes, o si la espeluznante interpretación habitual arroja más luz sobre la mente de los antropólogos que sobre el canibalismo prehistórico, práctica ésta que en la zona de Málaga no pareció confirmarse.
Se tendió aquí a la recolección de conchas, por ser el elemento más próximo a sus vidas. Sea como fuere, lo cierto es que los homínidos asentados en las cuevas de la zona hoy conocida como Los Cantales, a tiro de honda del puerto de Málaga, buscaron refugio en las grutas excavadas por la violencia del mar obedeciendo a un instinto desarrollado de supervivencia y afán de superación de sus limitaciones estereotipadas: Defensa de los peligros a que el medio los sometía y lugar en los que practicar sus ritos y creencias como salvaguarda de la existencia, a la vez que subsistir como concheros.

Se piensa que eran concheros por que los métodos de estudios estratigráficos, semejantes a los que en la actualidad se llevan a cabo en las cuevas de La Araña, revelaron la importancia de las conchas marinas como parte de la alimentación diaria y recurso de ornamentación personal. Concheros parecen ser que fueron los grupos prehistóricos afincados en la costa malagueña cuando el Homo Sapiens se hiso sedentario y tomó visos de realidad constatada en la zona.
Bipedación y su consecuencia más directa la liberación de las manos, junto con el espectacular aumento del tamaño del cerebro permitieron el desarrollo de una extensa variedad de facultades y una versatilidad en el comportamiento que no tiene parangón en el resto del mundo animal viviente del entorno.. En otras palabras, se abre en sus mentes la idea de la trascendencia, o sea, la aparición de un sentimiento que va más allá de todos los actos de la vida encaminados a la alimentación y la procreación.

Las suposiciones sobre la vida y costumbres de los pueblos concheros dejaron entrever prácticas religiosas. Atónitos ante el milagro de la Creación, cómo había de ocurrir luego con el antiguo pueblo de Egipto, veían dioses en todas partes. Los investigadores de la cueva del Higuerón, luego conocida como del Tesoro, conjeturan con la posibilidad de que los que la hicieron su hábitat adoraban al sol, astro rey y creador por excelencia; barruntan con la certeza de que rendían pleitesía a la tierra admirados por su fecundidad sin límites, y bajaban la cerviz ante la luna, diosa a que conferían el poder de velar por sus vidas durante las horas en las que se entregaban al sueño.
Con toda probabilidad, se extasiarían con el espectáculo que contemplaban desde la entrada de las cuevas en las que se aposentaban cuando disfrutaban del descanso y la tranquilidad de las noches primaverales, y del que eran protagonistas las luciérnagas (noctilucas), escarabajos con élitros de color castaño o negro cubiertas con otras alas voladoras anaranjadas luminiscentes, (fenómeno natural que también en estos días podríamos contemplar si nos asomásemos a los acantilados de la Cala del Moral).
Los destellos de los insectos emitidos para atraer a la pareja, una sabia señal convenida entre el macho y la hembra de la especie para facilitar el aparejamiento entre ambos, debió maravillar aquellas mentes primitivas. Fenómeno de bioluminiscencia que debieron asociar enseguida con el brillo de la luna y la rara forma que adquiere cuando en la fase de cuarto creciente, coincide en los meses primeros del año con Venus. El lucero del alba convierte al satélite nocturno, el más brillante después del sol y la luna, en una D pronunciada en forma de barca que parece sostenerlo ingrávido en la vastedad del universo.
Fue suficiente para que, como resultas de la manifestación de luces y sombras misteriosas y nocturnas se originaran rituales, cantos y actos de veneración. Noctiluca, la esplendente diosa de la noche había nacido. Pero había que perpetuarla en la tierra y para ello se conjuraron dos elementos: el agua resbalada gota a gota durante milenios y los carámbanos de carbonato de calcio formados cuando aquella se evapora. Las formas prodigiosas de estalactitas y estalagmitas parecen tomar vida como si la naturaleza concediera soplo el soplo de la creación a figuras inertes de la piedra. Eso es lo que vieron los ancestrales adoradores en sus incursiones al interior de una de las salas de la cueva del Tesoro (y que Avieno cita en su obra “Oda Marítima): la diosa revestida con una manto majestuoso apoyada sobre un pedestal bicorne con mucha similitud con el misterio de los astros de la noche que presenciaban en el cielo. La pétrea figura se erigía en diosa para el culto de nuestros antepasados y figura mítica que copa la admiración de quienes hoy nos acercamos a sus inmediaciones.

Pepe BECERRA

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