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miércoles, 14 de diciembre de 2011

Cueva del Arco


Tras las contundentes y pétreas paredes verticales con las que la Cordillera Bética se sumerge en picado en el Mediterráneo entre los términos municipales de Mazarrón y Cartagena, se oculta otro de los maravillosos rincones que aguardan en la Región para ser disfrutados, y respetados. La sorpresa es mayúscula para quienes no estén familiarizados con los kilométricos laberintos que surcan los sólidos cantiles de la gran mole terrestre que es Cabo Tiñoso.
Con un temerario acceso por tierra (habría que descolgarse rapelando por la cuasi vertical ladera con caída infinita al rompiente del cabo), las posibilidades se amplían si se aborda desde el mar. Es la Cueva del Arco (como se conoce originalmente por su cercanía con la impactante arquitectura natural apreciable a simple vista desde el mar) o la Cueva del Lago por el secreto que aguarda en su interior. Para garantizar el éxito de está insólita aventura contamos con la experta guía del buceador Sergi Pérez, que se conoce esos fondos como la palma de su mano.
Ya la milla y media que separa el pequeño pueblo pesquero de La Azohía del punto en el que habrá que realizar la inmersión para acceder a la cueva es una delicia. El área donde plantan la última almadraba tradicional y donde se puede disfruta de uno de los más bellos atardeceres posibles; la zona vigilada por la Torre de Santa Elena (s. XV-XVI) y decenas de infraestructuras defensivas de carácter militar; el azul profundo llena de calma el espíritu mientras uno se dirige a una aventura extraordinaria para buceadores novatos. En este viaje se estrena Álvaro, que aborda un bautismo de buceo soñado por muchos como premio materno a su perseverancia y esfuerzo como estudiante. Sergi aporta seguridad cuando transmite la información necesaria para poder iniciar esta peculiar excursión, adorna lo que podría ser una rutinaria clase para él, convirtiéndola en una interesante charla con detalles sobre todo tipo de cuestiones, desde fisiológicas hasta medioambientales.
El barco, 'Balas', fondea junto al arco, pegado a los dos ojos que dan acceso a la Cueva del Lago, impensables desde la superficie. Con el pesado equipo a las espaldas (botella, jacket, reguladores, manómetro, linterna y demás artilugios), los patosos pies enfundados en grandes aletas y la máscara puesta, un paso de gigante les sumerge en el mar. Antes de cubrir los pocos centenares de metros que les separan de la primera sala de la Cueva del Lago, este catalán enamorado de estos mares del sur comprueba 'in situ' que se han comprendido todas y cada una de sus indicaciones en tierra.
Todo marcha sobre ruedas y lo bueno está por llegar. Comienza el vuelo.
A la entrada, unos tres colas (Anthias anthias) naranjas y juguetones reciben a sus invitados. El paso del luminoso sol a la penumbra dos veces sub (submarina y subterránea), ciega a la expedición, pero los ojos se habitúan poco a poco a la oscuridad. En ese mudo remanso de paz en el que sólo se percibe del exterior el ritmo de la marea que mece a los buceadores a su son, se dejan sobre el agua los equipos y se sube a tierra para emprender una brevísima ruta a pie.
El terreno calcáreo, las corrientes de aire favorecidas por el intercambio de temperatura entre la tierra y el mar en las diferentes épocas del año, la hipersalinidad ambiental y las grietas fruto de movimientos tectónicos han edificado una enorme cúpula para un lago de color azul caribe pálido. Un inmenso lago de 13 metros de profundidad en una estancia de 43.000 metros cúbicos, 80 metros de anchura y 35 de longitud.
Lo primero es lo primero y, viéndose en las entrañas de la tierra ante esa inmensa masa de agua transparente, el cuerpo te pide zambullirse sin dilación. El tibio Mediterráneo en este mes de septiembre (su temperatura ronda los 23 o 24 grados) hacen que la primera impresión sea gélida; sin embargo, cuenta nuestro guía que cuando la inmersión se hace en otoño o en invierno, cuando el mar ronda los 14 grados, se percibe casi como un baño termal. «La temperatura del lago es constante, de unos 18 grados todo el año», ilustra Sergi. Dentro hay mucho que ver, siempre armados con linternas. Bajo el agua yacen estalagmitas fosilizadas que han quedado sumergidas con la transformación durante milenios de esta cavidad; de tacto áspero y tonalidad amarilla, llaman la atención. Ya fuera del agua, Sergi señala las 'flores de sal', son formaciones cristalinas excéntricas y explica que en una sala superior de la cueva, a la que se accedería a pie -no lo hacemos porque la jornada no está dedicada a la espeleología- estas formaciones naturales son mucho más espectaculares. Los espeleólogos la conocen como la sala de los candelabros, porque estos cristales crecen de las paredes y los techos hacia la gruta formando estructuras de tonalidades naranjas (por el magnesio de la roca) que parecen auténticos candelabros. Además, buena parte del techo es de ocre -mineral que se utilizaba para tintar, maquillar o pintar desde las primeras edades del hombre-, que contrasta con otros tramos de roca de color más grisáceo y blanquecino. El suelo sobre el que se pisa acumula los depósitos de la erosión de las rocas producida por la sal, que se come sin descanso las paredes y los techos.
Concluye la excursión, pero aún queda por disfrutar. Cuando se regresa al recibidor de esta impactante cueva, la luz que se filtra por el mar (ahora que los ojos se han acostumbrado a la oscuridad total) produce la sensación de unos focos que iluminaran, cual piscina, los fondos marinos a los que pronto se saldrá. Allí esperan las puntiagudas y coloridas doncellas, los tímidos pulpos, las inmóviles estrellas de mar, los miles de castañuelas que se acercan curiosos a ver de cerca a los buceadores hasta casi tocarlos, la corvina valiente que se deja rozar, los punzantes erizos de mar, los moluscos, las algas de todos los colores, los llamativos freddys y los eléctricos alevines de castañuelas que, parduzcos de adultos, visten en sus escamas un color azul chillón que llama la atención. Entre tanta vida, disfrutar de la ingrávida sensación que aporta bucear es un sueño hecho realidad, el de poder volar.
Cómo llegar
Desde Cartagena, pasar por Canteras y Collado Mochuno hasta llegar a la E-22 y luego continuar por la E-16. Pasada la urbanización San Ginés, llega a La Azohía. También puede ir por la A-7 en dirección a Alhama de Murcia y tomar la salida MU-602 en dirección a Mazarrón.
Dónde bucear
Rivemar. Ctra. a La Azohía, 151. La Azohía (Cartagena). 968 150063 o 608 757759. www.rivemar.com. Bautismo: 70 €. Curso OWD: 4 días de duración, 380 €.
Dónde comer
Restaurante La Cuesta. Torre de Nicolás Pérez, 61. Perín (Cartagena). 968 163137. Conocida como la Venta del Huevo, su especialidad es el cochinillo asado y los asados de cordero.
Recomendaciones
Cuente con la guía de personas cualificadas para esta aventura. Deje los nervios en tierra, relájese y disfrute.

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