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lunes, 7 de julio de 2014

tesoros ocultos



Las cuevas de Chauvet





La cueva de Chauvet, declarada Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es un tesoro que estuvo oculto durante más de 36.000 años hasta su descubrimiento en 1994 por tres espeleólogos, y contiene miles de dibujos de nuestros antepasados, entre ellos un bestia única en el mundo.
Para llegar a esta “pepita planetaria”, como la denomina su conservadora, Marie Bardisa, hay que subir por un sendero que el hombre de Cro-Magnon recorría antaño, por encima de un meandro abandonado de las gargantas del río Ardecha, en el sur de Francia, y recorrer una terraza natural esculpida en el acantilado.
Cerrada al público para protegerla, la cueva, que se encuentra a 25 metros de profundidad, está protegida por cámaras de vigilancia y por una puerta blindada de 600 kg.
La cueva, y sus 425 pinturas de animales, fue milagrosamente preservada por el desprendimiento de una pared rocosa hace 20.000 años, que la mantuvo cerrada hasta su descubrimiento, el 18 de diciembre de 1994, par tres espeleólogos: Jean-Marie Chauvet, Christian Hillaire y Eliette Brunel.
Para los conservadores, “la idea es mantener la cueva en el estado de confinamiento en el que se encuentra”, y “velar por el equilibrio atmosférico, vigilando al eventual proliferación de algas, hongos o bacterias”, explica Bardisa.
Los escasos visitantes autorizados a entrar en la cueva, que nunca fue abierta al público ni lo será nunca (está prevista la apertura de una réplica en 2015), tienen que caminar por una pasarela de acero inoxidable para contemplar las pinturas.
Una pantera, la única del arte paleolítico
En una pared pueden verse manos pintadas con puntos rojos. Una “técnica encontrada solamente en Chauvet”; fue realizada por una persona pequeña, una mujer o un adolescente”, explica Paulo Rodrígues, uno de los asistentes conservadores.
Más allá, un oso rojo con la cabeza manchada aparece antes de un animal inusitado: la única pantera representada en el arte rupestre del paleolítico. “Chauvet alberga por sí sola el 75% de los felinos y el 60% de los rinocerontes” representados durante ese período, señala Charles Chauveau, otro asistente conservador.
Sorprendentes restos de fuego, que parecieran haberse apagado ayer, indican que aquí se quemaba madera de pinos silvestres para fabricar antorchas y carboncillo. El hombre de Cro-Magnon no vivía en esta cueva, pero pintaba en ella, probablemente por razones religiosas, estiman los especialistas.
Al fondo de una gran sala, se encuentra un cráneo de oso en una gran piedra, la única que se ve en el suelo. “Eran cazadores y recolectores, el mundo subterráneo era considerado como un mundo sobrenatural”, explica el historiador Jean Clottes, primer especialista de la prehistoria que entró en la cueva hace 20 años.
Más allá, aparece un espléndido conjunto de caballos pintados al carboncillo. El artista paleolítico se sirvió de una grieta de la roca para destacar la boca de uno de los animales.
“El dibujo al difumino es característico de la cueva Chauvet, y está particularmente logrado”, señala Chauveau. Los artistas “se adaptaban a menudo a las formas de la pared rocosa”, utilizando técnicas sofisticadas, como el recortado de la imagen, agrega Clottes.
No lejos, destaca una pintura de una leona que ruge descontenta de la cercanía de un inmenso león en el momento del celo. Y, esbozado con los dedos en la arcilla blanda de la pared, un búho.
El fondo de la cueva, donde la tasa de CO2 sobrepasa el 3%, no puede ser visitado. Además de otro conjunto de leones y rinocerontes en movimiento, se oculta allí la intimidad de una mujer dibujada en una cuchilla rocosa, junto a una cabeza de bisonte.

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