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sábado, 27 de abril de 2013

Ecología de salón

RECUERDO un capítulo de los Simpsons en el que, en un viaje por Japón, se encontraban de repente con la fábrica de Hello Kitty y, tras el algodonoso aspecto de la adorable gatita aparecía una abominable factoría llena de chimeneas y vertidos tóxicos.



Y es que algunas veces nos sobra ingenuidad, o desconocimiento perezoso, sobre el origen de muchos de los productos que tenemos a nuestra disposición y a los que se les otorga un interesado halo de respetabilidad.

El caso del biocombustible es un buen ejemplo de ello. Es fácil caer en la tentación de que estamos haciendo algo muy bueno para el planeta, cuando esa percepción necesita de más variables para poder efectuar el juicio de valor en toda su complejidad. Para empezar, el biocombustible es una forma de energía que tiene una base natural, es decir, se extrae de plantas como la colza, el maíz o la caña de azúcar. Su cultivo intensivo necesita deforestar grandes extensiones para hacerlo productivo, por lo que genera la emisión de enormes toneladas de CO2 a la atmósfera, además del uso de maquinaria pesada, pesticidas y fertilizantes químicos, y del coste de transporte hasta los polígonos de transformación y usuarios finales. Pero donde el biocombustible resulta más nocivo es en la competencia que representa para la alimentación humana. De hecho, en los últimos años, el precio de dichos productos, de los que depende la alimentación de millones de personas, se ha multiplicado exponencialmente al cotizar en mercados a futuro internacionales, convirtiéndose en una materia más con la que especular y hacer negocio. La consecuencia de todo ello es fácil de sacar: ha provocado la malnutrición y hambruna en países que tradicionalmente no han tenido problemas de abastecimiento interno.

Todo esto nos debería hacer reflexionar sobre las buenas prácticas en cuanto a protección medioambiental. Y es que entre un zumo ecológico hecho en Austria y otro de Don Simón hecho en Villanueva de los Castillejos, el segundo es infinitamente más coherente con esa visión integral que el primero. O de nada sirve que nuestro coche sea eléctrico si la fuente a la que lo enchufamos no es renovable, o lleva una enorme pila de litio cuyo reciclaje es difícil y costoso. Aparentemente nuestro compromiso es verde pero en realidad lo que estamos haciendo es trasladar el problema de la contaminación a otros lugares, normalmente más pobres y más vulnerables como las comunidades indígenas o los países africanos. Si vamos a hacer una apuesta por lo sostenible habrá que mirar detrás de la etiqueta y actuar con total consecuencia, asumiendo nuestras contradicciones, pero buscando alternativas que suelen empezar por la apuesta por lo local y las famosas tres erres: reducir, reutilizar, reciclar.

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