El océano Ártico se ha convertido en un terreno de prospección petrolera y
podría ver desarrollar a largo plazo la navegación y la pesca
una evolución con
consecuencias ecológicas pesadas que es necesario intentar controlar, según
expertos reunidos el martes en Mónaco.
El futuro del Ártico, pero también
la excesiva pesca y los recursos mineros y genéticos de las grandes
profundidades, encarnan los nuevos desafíos económicos de los océanos y su
necesaria regulación para preservar los ecosistemas, explicaron en Mónaco los
participantes en un coloquio en torno a la Convención de las Naciones Unidas
sobre derecho del Mar (CNUDM), 30 años después de su adopción.
El océano
Ártico es "un ejemplo típico" de colisión entre una voluntad de desarrollo
económico y la inquietud de proteger la naturaleza, declaró Philippe Valette,
oceanógrafo y director del Centro Nausicaá, de Boulogne-sur-Mer, en el norte de
Francia.
La dislocación progresiva de la banquisa modifica radicalmente
los ecosistemas de la fauna, la flora y las poblaciones locales, y deja entrever
a largo plazo una futura vía marítima directa entre Europa y Asia, mientras que
las reservas de hidrocarburos en el subsuelo son codiciadas por los
industriales.
"A causa del derretimiento de la banquisa, podría haber
explotaciones mucho más fáciles que hoy en día", recalca Jean-Pierre Beurier,
profesor de derecho marítimo en la Universidad de Nantes (oeste de
Francia).
"Cuando se habla de explotaciones minerales o fósiles se está
hablando de importantes contaminaciones, si no hay drásticas exigencias que
pesen sobre los actores económicos", advierte.
En el Ártico, ese apetito
por los recursos se inscribe en un marco al mismo tiempo frágil y mal
conocido.
La banquisa, que ocupa una buena parte del océano Ártico, se ve
afectada por el calentamiento del planeta. Su extensión de hielo registró
incluso este año su menor superficie, equivalente a la mitad de lo que era hace
30 años.
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