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martes, 15 de diciembre de 2009

El hombre que multiplicó su sombra




Hace miles de años, en una cueva, junto al fuego recién conquistado, un hombre se puso a fabular y al mover sus manos aparecieron sobre las paredes de la caverna monstruos y cazadores, sombras saltarinas, lanzas certeras, grandes bocas amenazantes, oscuros oráculos... Aquel arte efímero quizá fue el comienzo del teatro. Las manos de aquel hombre abrieron la puerta de la representación y del misterio.
Hay quien sigue moviendo las manos para seguir contándonos la historia del hombre y sus miedos. Richard Bradshaw es uno de esos hechiceros. Maestro de origen australiano que construye un espectáculo vertiginoso con sombras de varilla y una sencillez que todo lo trastoca. Decenas de gags, algunos de ellos de segundos, como certeros fogonazos de poema; agilidad, precisión y humor son sus principales características.
Un placer visual. Sillas acróbatas, murciélagos que se convierten en brujas, molinos voladores, un iglú que esconde un automóvil, un boxeador derrotado por su saco de entrenamiento, un astronauta impaciente, un camello díscolo con una joroba elástica, un león al que las moscas le toman la melena..., es incansable y en de su teatrillo parecen vivir toda clase de seres y enseres: peces fabulosos, sombreros que son canoas, hipopótamos con problemas y un supercaguro que a todo el mundo quiere salvar.
Richard Bradshaw canta, manipula y divierte, multiplica las sombras y logra grandes risas en el patio de butacas. Una pantalla, un titiritero y un universo chinesco. ¡Clic, clac! Historias rápidas que esconden potentes sorpresas visuales y genialidad en la construcción de esos pequeños chistes de sombra. Canciones populares y ritmo medido al milímetro. Un espectáculo donde lo sencillo se convierte en superlativo, en las antípodas de la ciberecultura y el enrevesamiento argumental.
Una sombra -negra sombra- se cernió sobre la organización antes de comenzar el circo de sombras de Bradshaw. La entrada era por invitación sin que una buena parte del paciente público que esperaba que se abriesen las puertas lo supiese. ¿Dónde se ha dicho que era necesario reservar la entrada? Ni un cartel en el teatro, ni una explicación. En fin que la organización, Unima, pidió disculpas por tal desaguisado, abrió finalmente las puertas y dejó ocupar a los cada vez menos pacientes -y con más ganas de no dejar títere con cabeza- espectadores los muy incómodos laterales del teatro. Es evidente el problema de aforo (y de seguridad), es evidente que hay que articular normas para que el público disfrute con comodidad del Festival de Títeres, pero es innegable que ayer metieron la pata. Bueno, pidieron disculpas (se aceptan y se agradecen) y prometieron solventar problemas en próximas ediciones. Todo sea por el asombro que los regaló el maestro Bradshaw.

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