El espeleólogo británico Jason Mallinson y su equipo culminan una exitosa semana dentro de una «cueva top a nivel mundial»
El reto abruma. Una semana bajo el agua, en el interior de una cueva mundialmente conocida como el Everest del espeleobuceo, requiere una preparación física y mental al alcance de muy pocos. Pero el Pozo Azul de Burgos es lo que tiene. Seduce desde fuera y enamora por dentro, aunque hay que ser consciente de los riesgos que conlleva sumergirse en dirección a la punta. Unos 14 kilómetros y lo que queda por descubrir. De momento, la última campaña de exploración ha permitido vislumbrar 660 nuevos metros. Un hito digno de celebrar a cargo del equipo liderado por el británico Jason Mallinson, guía y mentor en este paraíso subacuático de Covanera desde su primera inmersión hace más de dos décadas
«100 metros ya hubiese sido un éxito», confiesa el espeleólogo e integrante de la expedición, Pedro González, a sabiendas de que «iba a ser muy difícil avanzar en la exploración». Finalmente, demostraron que el que la sigue la consigue. Y la salida, que tuvo lugar el sábado, tranquilizó a quienes les esperaban en el exterior. Más que nada, porque durante varios días fue imposible contactar con varios miembros del equipo a través del sistema de comunicación Cave Link, que permite enviar mensajes de texto
La gesta, tal como señala González, es digna de mención y permite seguir soñando con desentrañar los misterios que el Pozo Azul alberga en su interior. No es tarea sencilla, pero tampoco lo fue en su día descubrir un sexto sifón de enorme profundidad.
Para esta nueva expedición, quisieron sumarse dos compañeros con dilatada experiencia y reconocimiento en el mundo del espeleobuceo: Craig Challen y Richard Harris. Oriundos de Australia, participaron en 2018 junto a Mallinson en el rescate de la cueva Tham Luang (Tailandia), que permitió salvar la vida a una docena de adolescentes de un equipo de fútbol y a su entrenador tras permanecer atrapados durante más de dos semanas debido a una inesperada inundación.
Fascinado por el Pozo Azul, Challen confesaría a su salida que se trata de «una cueva top a nivel mundial». No en vano, también advirtió que es «muy peligrosa». En cualquier caso, no sería de extrañar que retorne a Covanera en campañas venideras para seguir investigando.
Durante su estancia a lo largo de la semana, el equipo llevaba consigo unos contenedores herméticos con comida que «aguantan presiones grandísimas». ¿Existe una dieta concreta o recomendable para este tipo de incursiones? En principio no, indica González, aunque no faltasen las barritas energéticas para reponer fuerzas. Tampoco la pasta u otros alimentos habituales del día a día que se cocinaban en un hornillo. En cuanto a las horas de sueño, es evidente que «cómodo no se duerme». Y es que a pesar de llevar ropa térmica para no quedarse helados, permanecen «mojados todo el día».
Si algo llamó la atención a González y a los miembros del Delfín Club Burgos que esperaban expectantes en la orilla fue lo «metódicos» que son Mallinson y compañía. Nada más emerger y quitarse los trajes, empezaron a «recolocar los equipos y comprobar que todo estaba bien». Profesionales como la copa de un pino, su aportación en el Pozo Azul es innegable y ya forma parte de la historia.
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