Se cuenta que en el centro del pueblo existían unos huertos, en los que las tardes de verano el cura del pueblo iba a descansar y se sentaba en una silla a la sombra para pasar la tarde leyendo y echándose alguna que otra siesta.
Un día de mucho calor el cura, sediento, se fue a casa a echar un trago de agua, dejando en su lugar el libro encima de la silla.
A la vuelta se encontró en el lugar de la silla, un agujero en el suelo que más bien parecía un pozo, la silla y el libro habían desaparecido, el hombre se dio cuenta que también a él se le podía haber tragado al pozo, mientras estuviera descansando.
Con el tiempo el pozo fue creciendo y creciendo, hasta formarse una gran sima de agua, la cual sigue hasta hoy en día, cada vez la sima de agua va ganando terreno y aunque han venido buzos a estudiarla no han podido medir su profundidad, ni se han atrevido a adentrarse debido a la suciedad y profundidad de la misma.
Cabe destacar que según cuentan las personas mayores del pueblo, en tiempos de posguerra la gente por miedo a que les pillaran con armas, bombas y alambradas las arrojaban a la sima por la noche, para poder deshacerse así de ellas, “sabe Dios lo que habrá allí dentro.”
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