Mamá Ojllu, bella princesa y emperatriz del gran Imperio del Sol en su palacio del Cuzco, exigía que en su mesa se le sirviera pescado fresco de mar.
El océano quedaba distante de palacio y por tanto era difícil conseguir el tan deseado alimento. Fueron muchas las expediciones y los intentos del Inca por complacer el deseo de la caprichosa princesa.
Un día llegaron ante el Inca un grupo de indígenas que parecían ser dueños del gran secreto: obtener el pescado fresco para Mamá Ojllu.
Eran los indios morreros.
Interrogados por el Inca sobre los orígenes del pescado, los indígenas contestaron: ¡De Arika!, que en lengua secreta del Inca significaba ¡Tierra Deseada!
Acompañados por emisarios especiales, iniciaron el camino de regreso a Arica, encaminándose hacia una caverna ubicada a orillas de una laguna, a pocas leguas del Cuzco y se internaron en ella.
Fue un viaje difícil y agotador.
De trecho en trecho se encontraban con lagunas de agua dulce y salobre, a veces a nivel del camino, otras bajo éste, a las que se descendía por escalinatas esculpidas en la roca viva.
Finalmente, y después de atravesar una laguna de agua salada, salieron por un camino ubicado en el acantilado del Morro de Arica.
Desde esa fecha, se organizó una cadena de emisarios del Inca, que en perfecta travesía tomaban el pescado vivo en Arica y emprendiendo veloz carrera cruzaban todo este largo camino. Las pequeñas lagunas al interior de la cueva les servían para depositar los pescados de trecho en trecho y mantenerlos frescos.
Los cronistas aseguran que el correo de chasquis recorría una distancia de cincuenta leguas en 24 horas a través de las rutas más escarpadas.
Y así llegaban a palacio donde Mamá Ojllu los esperaba ansiosa.
"La Cueva del Inca, se utilizó hasta la llegada de los españoles y es en este punto que se encuentra leyenda e historia."
Los conquistadores exigieron oro a cambio de la vida de Atahualpa, pero sólo llegaron a Cuzco las riquezas recolectadas en los lugares cercanos,
Cuando Atahualpa creyó en las promesas de Pizarro, en el sentido que podía obtener su libertad mediante la entrega de oro, impartió órdenes a sus caciques para que recolectaran el valioso metal en todo el Imperio y lo llevaran a Cuzco para obtener su rescate.
Uno de ellos era “el cacique de Moquegua que estando listo para emprender la marcha con un gran cargamento de oro, recibió la noticia de un chasqui que venía de Cuzco que le informó que el emperador Atahualpa había sido traicionado y asesinado por Pizarro, y que el oro que habían recolectado deberían esconderlo tan bien que no pudiera ser encontrado por los invasores españoles, y que especialmente lo hiciera en zonas en que se encontrara este metal en forma nativa. El cacique de Moquegua, en cumplimiento de estas órdenes enterró parte de él en Locumba y otra parte en el Morro de Arica”.
Muchas otras remesas de oro tampoco llegaron a mano de los españoles, pues la historia que al enterarse los Incas de la muerte de Atahualpa, príncipes y caciques escondieron las riquezas y cargamentos de oro en algún rincón de la Cueva del Inca, en cuyo secreto aún permanece.
En el paso secreto del Morro, habita Atahualpa, el oro perdido en el tiempo y el espíritu de la Emperatriz, la Princesa del Gran Imperio del Sol, Mamá Ojllu.
Bajo el signo de la antigüedad comerá el producto de nuestras aguas desde la Tierra Deseada al Cuzco, por las venas de la tierra.
La Cueva del Inca aún tiene voces...la felicidad de Mamá Ojiu y el tesoro de Atahualpa que guarda en sus entrañas.
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